SALUD, COLEGAS ARTESANOS
Hace casi 23 años comenzamos con un par de amigos, casi como un juego, a experimentar sobre la construcción de tambores, sin más interés que el disfrute del proceso…
...uno más entre varios intereses juveniles como la orfebrería en la Escuela (UTU) Pedro Figari, funciones de títeres con parte del grupo de amigos, tocar el chico, el teatro, qué sé yo...
Un buen día toda esa energía constructiva decantó en la madera como material, y transcurría el año 1996 o 97, cuando después de varios ensayos, llegamos a ver plasmado un pequeño tambor chico de 54cm de altura.
Por aquellos años el candombe empezó a ocupar un lugar de mayor importancia en la vida cultural de los uruguayos. Lo que otrora era la manifestación de un colectivo en particular, pasó a ser cada día más masivo y accesible a todos.
De manera obsesiva durante esos años, pensé y pensé en fabricar tambores. Pensé días enteros en cómo resolver partes del proceso que no había tenido oportunidad de ver realizar y que para mí eran un misterio. Tampoco teníamos acceso a la gran enciclopedia en que se convirtió google en la actualidad. Todo lo que aprendí junto a mis compañeros durante aquel tiempo fue en base a la angustiosa pero reconfortante estrategia de la prueba y error. Casi como un ritual de sacrificio eran entregadas las sucesivas pruebas "tamboreras", no sin antes mejorar minuciosamente todo lo que estaba a nuestro alcance.
Un buen día me encontré en una encrucijada: la demanda de tambores crecía día a día y yo estaba dispuesto a hacer todo lo posible por vivir de mi nuevo sueño: construir tambores. Suena lindo ¿no? Claro, pero para eso hacía falta la dedicación a pleno.
Corría fines de los años 90 cuando me encontré frente a una de las decisiones más importantes de mi vida. Obvio que la más importante fue la de ser padre, pero el planteo de abandonar el empleo fijo para dedicarme a la construcción artesanal de tambores resultaba verdaderamente angustiante (más aún por ser padre reciente).
Hay decisiones que debemos tomar sabiendo que siempre, absolutamente siempre, quedarán cosas por el camino.
Frecuentemente recordamos con mi padre aquella charla en la que debatimos los riesgos y los beneficios de cada opción. Hoy, con el diario del lunes, sabemos que fue la decisión correcta. La porfía y el momento histórico me permitieron vivir y crecer como artesano durante todo este tiempo, pero eso mi padre y yo no lo sabíamos en aquel momento.
Era otro el cantar por aquellos años. Claro que debo reconocer el enorme apoyo que he recibido de mi familia, así como de todos mis afectos en este y otros órdenes.
Ingresar al Mercado de los Artesanos fue mucho más que conseguir un lugar de venta y exposición permanente, fue ingresar a un maravilloso emprendimiento colectivo con un gran nivel de contención. Saludo de pie a mis compañeros del Mercado y me emociono al hacerlo; recuerdo a algunos amigos más recientes y celebro su amistad; honro la memoria de otros que ya no están físicamente pero si en mi diario sentir.
Otros lugares de venta eran las ferias. Recuerdo varias a las que iba asiduamente, y otras que se armaban solamente para estas fechas navideñas. Recuerdo también las charlas con algunos de los compañeros en las largas horas frente al puesto. Tristán Narvaja los domingos, en Gaboto y la Paz, ferias zafrales en la Rural del Prado, Goes, Orinoco y Amazonas y tantas otras… La madre de mi hija supo hacerse cargo de las ferias algunas veces cuando yo estaba abocado en la construcción de los instrumentos.
Hoy la vida me encuentra en otro lugar. Ya no hago ferias, y desde hace 10 años estoy instalado en un cómodo taller en el Parque Tecnológico Industrial del Cerro, y cada vez que ingreso a él recuerdo con agradecimiento el diminuto galponcito ubicado en la Calle Llupes casi Tucumán, en el que trabajé durante los más fermentales años de mi vida, prestado por una gran amiga.
A otros queridos amigos les debo muchas otras cosas. Sobre todo su colaboración y generosa enseñanza. Y a otros no tan amigos, también les debo cosas.
Aunque hoy la labor me encuentra trabajando solo en la producción, todos, absolutamente todos quienes pasaron por mi vida laboral están presentes. Hacia algunos siento más gratitud que hacia otros, pero vayan para todos mis reconocimientos y también las disculpas que se me haya escapado hacer en tiempo y forma.
Hoy decido trabajar solo en mi taller porque las circunstancias así lo disponen y porque ese fue el origen.
Otras aguas pasan bajo el puente. Hoy, son otros quienes dan sus primeros pasos en el mundo de la construcción de tambores, y lo celebro. Celebro la aparición de numerosos colegas que han decidido investigar y construir tambores. Espero que el camino recorrido por algunos más tempraneros, como yo, sirva de trampolín para mejor las técnicas y seguir difundiendo este oficio.
Hoy llevo más de 10.000 tambores construidos, pero recuerdo los primeros perfectamente, como si fuera hoy.
A todos mis colegas:
al que hizo siete tambores para tener un ingreso extra a fin de año,
al que hace años que lucha para hacerse de un nombre y que para competir en el mercado debe vender su trabajo a bajo costo,
al que hace un tambor a pedido y pide seña para costear los materiales,
al que agacha el lomo y se encola la ropa y las manos,
al que atiende el teléfono y ante la angustia de un pedido con el que no puede cumplir porque no le dan los plazos o los números, ve escurrirse unos mangos que en invierno van a hacer falta,
o a aquel otro que le cancelan un pedido en el que trabajó días e invirtió su dinero para comprar los materiales.
Bueno, a todos ellos, a mis colegas, va dedicado mi fraternal y obrero abrazo.
Yo también tomé el ómnibus con tres tambores y caminé diez cuadras cinchando como un burro.
Yo también recibí con angustia la lluvia que arruinaba la venta de las últimas noches de ferias navideñas.
Yo también volví con la misma cantidad de tamborcitos en bolsas gigantes, deteriorándose después de una mala semana de feria.
Y yo también hoy, como ayer, vivo de lo que fabrican mis manos.
Por eso vaya para ellos este mensaje a modo saludo.
Quizá para otros fabricantes cada constructor signifique “mucha competencia”, pero para mí significa la incansable lucha del trabajador por progresar, la incesante angustia del creador por superarse cada día y el orgullo de llegar a casa y saber que hicimos el intento. Y en eso, estamos juntos.
¡Salud, colegas!
Joan Fernández
Diciembre de 2018